lunes, 12 de noviembre de 2007

CRÓNICA 5


ODIO


Y un día molesto, una pregunta me salió a flor de labio: ¿y tú que odias?
Odio encontrarme en una combi, de cobrador, a un antiguo amigo de palomilladas y mirarnos sin saber qué decir. Odio las escuelas donde te enseñan todo y te dicen nada acerca de que si eres pobre no hay sueños, tan solo sólo doce horas de trabajo que aguantar por el resto de tu vida. Odio el barrio donde crecí , porque ahí sentí el peso de saberse el más cholo entre los cholos, en un país donde ser menos cholo que tu vecino te da derecho a masacrarlo a insultos. Odio la cara de huevonazo de Cristian Meier en una escena de amor. Odio a toda la pituquería que sale en la edición de las revista pitucas ( o sea caras), que sin ser nadie y por tener apellidos extranjeros y un chupazo de dinero y un enorme emporio de esclavos, tienen todo el derecho para que los veamos, tan lindos, tan fashion ellos, enseñando su whisky etiqueta azul, con una sonrisa de oreja a oreja que les ha costado su dinerito. En una Lima de desdentados, porque eso del dentista ..¡uff!, son cosas de pituco, así que sácame la muela nomás, mister. Odio, las preguntas que te hacen a la hora que vas a buscar chamba, que si tienes hijos y cuánto quieres que te paguemos. Odio, al presidente cuando dice que el TLC nos va ha llevar al desarrollo y me cago de la risa (por no llorar) imaginándome como si fuera verdad a la mayoría de peruanos trabajando en planilla y niños que no tengan que lavarte la luna del carro o venderse a un pedófilo. Odio, que sin plata no pueda hacer nada, porque esa libertad que a cucharones te empujan a creértela es sólo con plata. Odio a la selección de fútbol por hacernos acordar lo cagados que estamos y me odio a mí que como cojudo me como el cuento de que esta vez sí compare, de todas maneras la hacemos. Odio cuando un huevón me dice que la vida es así, que qué vas hacer, caballero nomás. Odio que a las universidades, institutos, no puedas ingresar por misio. Odio la vida cultural de mí país, que está hecha para los de siempre, para ellos nada más, porque para el misio están hechos los parques más feos de la historia de Lima, la canchita de fulbito y nada más. Y odio el racismo asolapado pero igual de rochoso de los medios de comunicación que se chantan ante el blanco como representación de lo correctamente bello. Odio al alcalde de Lima que no hace nada más que artificios monumentales, y aun asi lo quieren los limeños. Y odio mi mala suerte de haber nacido en un país, en un mundo, no apto para misios. Y odio a mi vieja que está en España y que cada momento se le da por joderme la vida y decirme que me va a llevar a vivir con ella, que los papeles ya van a salir y así, año tras año y la vieja sigue jodiendo y ya no sé que decirle a la pobre que creo que le falta un tornillo .Odio haber vivido veinte años y recien enterarme que soy un depresivo de mierda y tener que comenzar todo. Y dentro de mis odios predilectos, está, el odio a la exaltación que se le rinde en los examenes de ingreso a mi super archi enemigo, las matemáticas; odio verlas en un papel, en el semáforo, en los celulares. Matemáticamente no podria expresar ese odio irreversible hacia los números. Y mi último odio va para Alianza Lima por haber logrado ser campeón, justo cuando dejó de interesarme el fútbol, y que el chiquillo de entonces, que se trepaba a un micro en dirección al estadio y gritaba con la euforia que se tiene a los quince y se trepaba las rejas del estadio y dibujaba al comando sur en la ultima pagina de su cuaderno cuadriculado, no haya podido ver nada de eso

domingo, 4 de noviembre de 2007

CRÓNICA 4

LOS OTROS
Debo admitir que mi condición de inquilino ha creado cierto estado en mí, que desconocía hasta entonces. Han emergido ciertas ideas a mitad de la noche, cuando la claridad del día despunta y el cielo se torna de un color azulino, de ese tono azulino con el que los rayos del sol atraviesan las profundidades del océano. Porque una vez despierto, no logro conciliar el sueño. Es entonces que en el silencio de la madrugada miro hacia mi ventana desde la cual se ve el cielo y se mete la bulla de afuera. Y es ahí que logro entender el por qué de mi actual estado.
Son ellos, los de afuera, a quienes debo tales razonamientos que irrumpen en mi vida. Quienes me han alejado de mí. Y si antes disfrutaba en la soledad de mis libros, ahora son los alaridos del perro que provienen del primer piso, que me han alejado de estos. Y dejo que ladre hasta la estupidez. Y en la tarde, cuando solo estamos yo y él, saco la cabeza por mi ventana y le lanzo escupitajos. Y por un momento nos miramos, él inclina su cabeza adivinando de dónde vienen, aquella sensación que lo hace sentir extraño en su propia casa. He pensado en tirarle un trozo de carne pasada. Pero tendría que ser días antes de que deje este lugar, que los deje a ellos.
Ellos. Y si menciono el plural es la realidad. Comenzando por el inquilino de al lado. De quien me separa una pared de madera. Así de juntos estamos. Puedo oír sus pasos, cómo sus movimientos bruscos talan mi tranquilidad. Jamás imaginé alquilar un cuarto y tenerlo que compartir con un desconocido. Ha sido lo menos solo que he podido estar. El desconocido llega a la misma hora de siempre. Siempre, el lento movimiento del cerrojo. Siempre, hurgando entre sus cosas y después, la muerte de los vivos: el sueño.
Pero si hay alguien a quién culpo, ese debe ser el hijo del dueño de este miserable cuarto. Más de tres veces me he topado con él y se ha negado a saludarme desviando la vista. Este gesto, que puede considerarse indiferente en algunos, en mí ocasiona ciertas reacciones internas que no lindan con lo normal. Una vez lo obligué a saludarme con la mirada fija en él, inmediatamente su mirada se turbó. Si fuese alguien a quien no viera más me daría igual, pero no. Cierta altivez presumo, hace que tome tal decisión. Ignóralo, es lo mejor, me sugirió un amigo cuando le comenté el tema. Hay una falsa seguridad que trata de infundir con ese gesto. Como una torre de naipes, que al primer soplo se derrumbará. Yo he pensado en muchas cosas. Por ejemplo (y esto no va mas que en un pensamiento) escupirle en la cara. Me pregunto cual sería su reacción al ver desmoronar su impostada actitud. Pero tendría que ser delante de su enamorada. Hay personas que merecen infundirles cierta inseguridad.
En las tardes, oigo al dueño de la casa hurgar en su propia vida. Tratando de prolongar algo que lo saque de aquel estado de indiferencia. Suspendido en la nada, un chispazo de luz lo obliga a hablar con su mascota. Su contrato con la vida ha terminado. Y es entonces, en ese estado, que suele llenarla leyendo la Biblia o removiendo el polvo acumulado en los rincones. Se resiste ante la nada.
Hoy, al entrar, he notado cierto cambio en el dueño. Un motivo, un acto, me pregunto, ha trastocado su normal aburrimiento: “hoy juega Perú, ¿qué, no sabes?” No supe qué decir cuando respondió. No inquirí más. Y en mi mente quedó grabada la imagen de las paredes de la cocina con trapitos blancos y rojos.
Vuelvo a mis libros. En sus quimeras y verdades no hallo siempre respuestas, pero al menos dejo de ser un inquilino.