jueves, 26 de junio de 2008

CRÓNICA 8


La extrañeza de ser dos aves hurgándose el pecho y corriendo uno

Detrás del otro entre las matas y bancas del parque

E.Verástegui



Caramelo amargo



La lluvia se dibuja lenta haciendo cosquilleos sobre estatuas rígidas; sobre el reloj de una iglesia que retumba a los lejos y cae en mudo golpe, como anhelando el último roce. En parques solitarios; en las bancas solitarias, el viento se confunde con las hojas muertas que se quiebran en mil pedazos. Y en la ciudad, la noche perlada viene de los cafés, de aureolas rojas atrapadas en dedos femeninos, que ríen tras un humo espeso, azulino. Conversaciones entre vasos que van y vienen, se chocan y se consagran en besos desenfrenados. Una niña ofrece rosas húmedas robadas de calles silenciosas. Viste colegial, viste niña. Camina engreída ofreciendo sus rosas, "amarillas para los novios, rojas para los casados” y su voz se prolonga entre caras serias, adustas. Un policía la ha visto desde lejos, la diminuta figura entrando a los bares. Los mozos la ignoran cuando entra. Improvisa huaynos que ha escuchado no sabe dónde y los turistas ríen, le soban la cabecita y brillan las monedas y el mismo policía se le acerca diciendo que ya es hora, “disculpen, siempre se escapa”. La coge del hombro. Se produce un forcejeo. Grita. Gabriela abraza sus rosas y corre fuera de toda esa gente. De la ciudad que se la traga. Del miedo de saberse sola. A ratos cierra lo ojos y se imagina en casa. Pero está ahí. Escucha el sereno. Es una redada, piensa. Le quitaran su plata. Mamá la resondrará, le sacará en cara que eso era para sus cuadernos. Te jodiste. A mi no me pidas nada y ella, sin saber que responder, que no era culpa suya, que no volvería a pasar y sentiría la misma rabia contenida. La sensación de no saber que hacer. El sabor amargo de las lágrimas besando sus labios. Sabía que nunca debió vender en esa calle. Que al Charly una vez lo atraparon en el cruce de Larco con 28, donde hay puros edificios. Sacaba buena propina lustrando nomás. Pero ese día soñó con mariposas grandes y duendes que lo perseguían y cuando se tiró en la pista lo patearon y él seguía riéndose, con la mirada desorbitada, alucinando todo; cuando lo calatearon en la comisaría y los baldazos de agua le caían sin poder respirar, rogó que no lo mataran, que lo único que él hacia era ganarse la vida jefe, que trabaja pa’ su hermanita. “¿Ahora si ruegas no huevón?” y el más gordo escupió una colilla de cigarro, dejando entrever una risa. Se levantó el cinturón, volvió a escupir y le hizo un gesto indiferente a su compañero y después se fueron. El Charly no pudo dormir esa noche. Los policías, los serenos, volvían a entrar y le gritaban al oído. Todo eso se lo contó él mismo. Ella los ha visto rondar en camionetas blancas, acechando como perros, abalanzarse sobre su presa y arrancarles su mercancía y meterlos a la camioneta. Siempre hay que estar alerta; oler el miedo. Su cabeza se llena de recuerdos mientras sigue corriendo, imágenes que estallan en su mente como un lienzo. Las rosas se mueren en sus brazos. Caen a la vereda formando un sendero. Su mirada... disolviéndolo todo, en un cuadro triste. Siente sus pies desvanecerse. Ya no da más. Sabe que la atraparán igual que al Charly. Que la lucha no tiene sentido. Se detiene. Ya no le importa nada. Solo quiere dormir. Sentir a mamá que está cerca y la vendrá a rescatar.

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