Voy a esculpir un unicornio con una lágrima mía y guardarla en tu memoria hasta que volvamos a vernos, Constantino. Yo, el joven de ahora, el que era niño de mirada gris, temeroso de vivir, que te imaginaba como el sol, implacable, casi inmortal, hoy busca en sus recuerdos y reconoce la sabiduría de un viejo navegante, el amor de un padre hacia su hijo, tantos hijos...
Sé también que tu sonrisa está en el cielo, jodiendo como te encantaba hacerlo la mayoría de las veces, con esa falsa maldad en la que se escondía un niño más, que lo único que buscaba en este mundo era amor. Ese amor que más tarde se convirtió en fuente infinita de sabiduría de la que miles de personas bebíamos a diario cuando entrábamos a esa nuestra otra casa, que fue siempre el colegio.
Quiero pedirte que me disculpes porque la última vez que te vi andabas apurado entre el tumulto y la bulla en la feria del libro y no me atreví a saludarte. Quiero que sepas que si tal vez no fui ese prototipo de alumno reyrojino tan machacado en la cabeza de otros, sin embargo no dejé de ser menos afortunado. Quiero agradecerte por forjar en mí esa libertad que mi familia de origen nunca tuvo y que este país, día a día, se encarga de negársela a millones de nuestros hermanos como una maldita epidemia y que me ha servido y servirá para encarar la vida y mirarla de igual a igual ante tanta desigualdad. Qué la vida era muy pequeña para contenerte, Constantino.
Que si por momentos te tuve resentimientos por cómo me tratabas a veces, las noches en vela en que me he roto la cabeza pensando en ti estos ultimos tiempos, han sido más que suficientes para reconocer a otro ser humano. Con sus falencias y sus virtudes. Y qué virtudes. Al fin y al cabo fueron errores de una persona noble, desinteresada, que mostraba una gran sonrisa cuando algún ex alumno venía a visitarle y en sus ojos reconocías cuán agradecido estaba por todo lo que le ofreciste, y tal vez sin saberlo tú mismo, en que medida habías llegado a entender su corazón.
Decirte que algún día nos veremos, y ya no será sino para contarte que desde acá abajo - esta vida - todos te extrañábamos tanto.
Sé también que tu sonrisa está en el cielo, jodiendo como te encantaba hacerlo la mayoría de las veces, con esa falsa maldad en la que se escondía un niño más, que lo único que buscaba en este mundo era amor. Ese amor que más tarde se convirtió en fuente infinita de sabiduría de la que miles de personas bebíamos a diario cuando entrábamos a esa nuestra otra casa, que fue siempre el colegio.
Quiero pedirte que me disculpes porque la última vez que te vi andabas apurado entre el tumulto y la bulla en la feria del libro y no me atreví a saludarte. Quiero que sepas que si tal vez no fui ese prototipo de alumno reyrojino tan machacado en la cabeza de otros, sin embargo no dejé de ser menos afortunado. Quiero agradecerte por forjar en mí esa libertad que mi familia de origen nunca tuvo y que este país, día a día, se encarga de negársela a millones de nuestros hermanos como una maldita epidemia y que me ha servido y servirá para encarar la vida y mirarla de igual a igual ante tanta desigualdad. Qué la vida era muy pequeña para contenerte, Constantino.
Que si por momentos te tuve resentimientos por cómo me tratabas a veces, las noches en vela en que me he roto la cabeza pensando en ti estos ultimos tiempos, han sido más que suficientes para reconocer a otro ser humano. Con sus falencias y sus virtudes. Y qué virtudes. Al fin y al cabo fueron errores de una persona noble, desinteresada, que mostraba una gran sonrisa cuando algún ex alumno venía a visitarle y en sus ojos reconocías cuán agradecido estaba por todo lo que le ofreciste, y tal vez sin saberlo tú mismo, en que medida habías llegado a entender su corazón.
Decirte que algún día nos veremos, y ya no será sino para contarte que desde acá abajo - esta vida - todos te extrañábamos tanto.
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