domingo, 7 de diciembre de 2008

CRÓNICA 13

La estrella que nunca nació


Había tenido que asistir a una reunión de emergencia del partido. Pobre Lucho carajo, exclamó. Se lo habían llevado los tombos en la mañana. Le rompieron su puerta a patadas. Lo tenían planeado. Toda la casa se la tiraron encima las mierdas esas. Qué se deje de huevadas y mejor vaya soltando todo terruco de mierda. Dónde estaban las armas. ¡Habla carajo! …Y el flaco, ¡de qué diablos hablan! ¡Quiénes se creían para entrar así a su casa!... ¡dónde está la orden!... No tienen ningún derecho y les paraba el macho.
¿Qué no tenemos ningún derecho, dice? Y se miraban y cagaban de la risa frente a la Carmencita y sus hijos que no dejaban de gritar cuando uno de esos tiraba los libros de la biblioteca de su esposo, removían los muebles, las camas, los cuadros, la cristalería, toda, se la tiraron abajo. Hasta llegaron a manosear a la Katy, su hija, sus pechitos. A no, eso no lo iba a permitir el flaco, y se lanzó como una fiera sobre el tipo ese. Que lo llenaba a puño limpio y patada porque de huevón ni un pelo y los tombos que lo chapan de a tres, que lo van a matar gritaba la Carmen y el flaco mismo colegial se zafaba de uno como si nada y alguien gritó, tombos abusivos y se incendio la rabia al ver al pobre flaco como le daban con palo y la bronca ya no era con Luchito nomás sino con todo el vecindario, con los chibolos que les lanzaban piedras, con los más viejos y señoras que no dejaban de mandarlos a la mierda y los vecinos salían todos a mirar, se ganaban con el roche, desde los edificios, en los techos, las ventanas, las combis que pasaban también hacían barra dando bocinazos. Metían cizaña. Se cagaban de la risa.
Otros se metían así nomás sin preguntar. Chismeaban calladitos. Era mejor que ir al cine. Segurito. ¿Pero qué mierda se habrían creido esos rayas? Pensó mientras se dirigía al partido a encontrase con el cholo Aréstigue para poder sacar al flaco de la comisaría. Habían quedado en el mismo lugar. En la plaza 2 de Mayo. No me falles. Van a estar todos. De ahí nos vamos de frente a tumbar a los tombos. No era posible que no le hayan permitido ver a sus hijos tantos días. Carajo, ¿acaso no saben que luchábamos por ellos? ¿Acasó ellos mismos no eran victimas de este sistema? Nosotros estábamos luchando contra eso. Nos entregábamos día y noche para tratar de cambiar las cosas, para que se dé una verdadera distribución de nuestras riquezas, para ya no ver más pobres en la ciudad. Para que los provincianos ya no tengan que salir de su tierra a trabajar como sirvientes y regresaban despreciando su tierra, su lenguaje y todo para que los mismos de siempre sean los únicos que se beneficien. Pero así era el sistema, argumentó, muestra sus colmillos en los lugares menos pensados. Vuelve a las victimas contra si mismos. Y si había que entregar la vida para beneficio del pueblo, él no lo dudaba. Para eso estaban ahí.
Pero eso sí, nada que ver con los terrucos, eso es otra cosa. Una interpretación trasnochada de la verdadera revolución. Ideas de afuera que obligaban a imponerse en un país, en un contexto, totalmente diferente. Ellos mismo eran parte del sistema alienante que los aplastaba y embullia. Colérico intento sacarse a los carros que estaban adelante. Entre mentadas de madre se abría paso con la imagen fija del flaco en prisión.
Detuvo el carro en la plaza 2 de Mayo y sin pensarlo dos veces se unió a la turba que estaba allí con banderas y pancartas que mostraban el rostro de Lucho. Ahí estaban la esposa y la hija dirigiendo el mitin. Llenando las calles de aplausos y vivas desde los parlantes. Ahí estaban todos. Amigos de colegio, familiares y hasta el más pequeño de la familia era cargado con entusiasmo desde la tarima, donde ahora se escuchaba uno de los huaynitos que tanto le fascinaban a Lucho cuando él y el flaco viajaron todo un mes, sin un sol, a conocer la sierra y se aprendían de memoria los poemas de Nazin Hikmet.
Porque para saber de la verdadera revolución, le había dicho el flaco esa vez, uno tenía que saber sus consecuencias. Sintió su mejilla humedecerse. Estoy llorando, se dijo y gritó con más fuerza mientras se dirigían a la comisaría en busca del flaco apoderándose de las calles y avenidas, formando cadenas de brazos mientras los policías asustados solo llegaban a decirles que dejaran pasar los carros. Y él recordó sus primeras huelgas estudiantiles, sus primeras pataletas contra el sistema. De esa vez cuando lo vieron encadenado frente al palacio de justicia pidiendo que liberaran a sus hermanos. Las tres semanas que pasó sin probar un solo bocado. Se acordó de los que ya no podían más y se rendían excusándose que había una familia que mantener. Pero él sabía muy bien que no era eso, sino que se morían de miedo de que los vieran sus viejos. Que al fin al cabo era algo pasajero. Pitucos de mierda, les gritaba él. Sintiéndose defraudado por sus mismos amigos que le aconsejaban que había otra manera de reclamar. Qué podrían expulsarlo de la universidad.
¿Y qué había sido de la vida de muchos de ellos? De Cáceres, Palomino, Linares. La mayoría acabó su carrera y trabajaban en ONG o ministerios, con sueldos altos. Matando sus sentimientos de culpa realizando proyectos que en verdad solo servian para engañarse a sí mismos. Pero él no, él era diferente. Siempre se mantuvo firme. No importaba si estaba solo frente al mundo. Solo llevaría a cabo la revolución.
Pero no lo estaba, él lo sabía muy bien. Entonces aparecía la figura de Teresa. El momento que la conoció. Cuando le llevaba fruta para que coma en la prisión y le preguntaba el por qué de su decisión y él se sentía como su padre. Le explicaba las cosas que pasaban en el mundo. Lo injusto que era todo y la chica ya no le recriminaba. Le traía el periódico todos los días y le enseñaba en la página central su rostro afiebrado, su barba crecida y los dos se reían, conspiraban.
Teresa. Cuántos años soportando mis locuras. Siempre estabas allí. Renunciaste a tú familia, a tu posición, por un viejo barbudo y sin titulo que soñaba con algo que tú, en el fondo, no creías por más que intentabas. ¿Y qué hice yo? No pude ni siquiera hacerte verdaderamente feliz. Darte la felicidad que toda mujer espera. Porque este viejo revolucionario qué tu admirabas boquiabierta y pensabas que tenia la respuesta para todo, no podía hacer algo tan simple como darte un hijo.

1 comentario:

Luis Miranda dijo...

Muy interesante todo y bien escrito, con nervio.